De repente te das cuenta, te has montado en el coche con tu hija, se 
acaba de sacar el carné de conducir y vas sentada en el asiento de 
copiloto, moviendo involuntariamente los pies y mordiéndote la lengua 
para no gritar. Dos gotas de sudor por la espalda y rezando para que no 
se interponga ningún agresivo en el camino. 
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