No podía ver. Todo estaba en silencio. Pero sabía que estaba viva. Su propia conciencia de existir. Pienso, luego existo. La ausencia de sensaciones no la hacía decaer, aunque sentía una fuerza extrema que la arrastraba al abismo. La luz se había apagado, aunque no en su corazón. Las fuerzas parecían acabarse, pero no en su pensamiento. El hecho de ser consciente de la existencia de un abismo, profundo y oscuro, le hacía constatar que se encontraba en algún lugar estable, aún había esperanza.
No quería caer, aún no, mejor nunca. Las fuerzas le fallaban. Sentía como a alrededor se iban borrando, limando, desapareciendo los resaltes en donde apoyarse para no caer. La esperanza de una mano a la que agarrarse. Un soplo de aire cálido para calentarse, aunque el frío empezara a no sentirse siquiera. En algún lugar debía existir un poco de savia que alimentara las pequeñas ramas que la mantenían unida a las paredes.
De repente abrió los ojos y vio que el abismo tenía varios nombres, se llamaba indiferencia, desidia, ignorancia...
Y entonces se despertó.
1 comentario:
Cómo te comprendo. Y qué bien has narado el extraño sentimiento que se produce en algunos momentos de la existencia.Sobretodo en éste presente absurdo y sucio que nos toca vivir. Intuyo -a pesar de la duda de que tenga arreglo - en que hay que mantener el ánimo de lucha, de que el trabajo individualizado de cada buena persona terminará por cambiar algunas cosas. Así ha sido a lo largo de los siglos...no hay sucumbir a la deseperanza. A pesar de todo estamos mejor que hace 100 años,,,(Quizá es un decir)
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