Cuando cada mañana amanecemos , aun sin que los rayos de sol descarguen su poderoso calor primaveral , apenas una tenue luz desde la ventana, recordándonos dónde, cuando y quien somos, El sonido irritante del despertador nos recuerda nuestras obligaciones. Al poner la desnudez de los pies en el suelo, que escalofrío al notar inesperadamente la apatía del enlosado, o de las abandonadas zapatillas que han pasado la noche solitarias al borde de la cama. Aún no huele a café, ese aroma que al menos nos despereza con la esperanza de su confort. Encendemos el grifo de la ducha y su calor nos arropa y seduce, alargaríamos este momento eternamente, el albornoz tiene que ser nuestro consuelo, antes de empezar con los perfúmenes, cremas y aceites.
Ya estamos dispuestos, pero aún queda ese momento del café en pareja, donde se planifica el orden del día, se reflexiona y se hace memorándum del día anterior.
El día no ha hecho más que empezar y estamos listos para todos esos momentos en que desearíamos quedarnos donde estamos, sin dar un paso hacia delante, pero que inevitablemente lo damos imbuidos de no sé que extraña fortaleza y con una sonrisa en el corazón.
Mi enfermedad. Pereza
Mi enfermedad. Pereza
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